Mecenas de las artes llegando a San Sebastián |
España es un país poseído por la psicopatía, dominado por los sentimientos extremos y el guerracivilismo a todos los niveles (desde lo más íntimo a lo más público). Podemos echarle la culpa a Franco, a Alfonso XII, a Felipe V o a los primeros pobladores de la península, momento este último en el que se fundó la gran nación española para algunos reputados expertos en la materia. Somos además un país donde se venera la ignorancia y se considera a esta un valor, como si el analfabetismo otorgase una suerte de inocencia frente a esos intelectuales malvados que quieren controlar nuestras mentes. El festival de San Sebastián sirve como fiel reflejo de todo esto: un lugar donde se mezclan en pocos días toda una serie de sentimientos antagónicos e incompatibles, y la gente va saltando de uno a otro como si no pasara nada. Hoy cine español y todos patriotas frente al gran invasor yanki. Mañana cine americano y cine de verdad, narraciones admirables y gran producción frente a la cutrez patria. Otro día una película de un país raro y todos cosmopolitas. Un festival que además tiene que lidiar con sentimientos antagónicos. Plataforma del cine español en un lugar donde el independentismo está muy afianzado y donde hasta hace dos telediarios gobernaba Bildu. Festival que pretende al mismo tiempo poner cine de autor exigente y alfombras rojas para atraer a lo más frívolo y despreciable de los medios de comunicación. De toda esta mezcla desquiciada lo que sobresale como fuerza dominante es el negocio puro y duro, el tipo que viene a sacarle fotos a las (pocas) estrellas de turno que vienen al festival jamás se meterá a ver una película de Nuevos directores (perdón Nuev@s Director@s), pero el periodista -supuestamente- cultural siempre deja algún comentario sonrojantemente frívolo e idiota, como Belategui, aunque su catalogación como periodista cultural ya no tiene mucho sentido.
En este festival de extremos se dan encuentros realmente graciosos. Uno ocurrió ayer, cuando se entregaba el cada vez menos prestigioso Premio Nacional de Cinematografía, un galardón que han recibido Alex de la Iglesia, Maribel Verdú, Juan Antonio Bayona o Enrique González Macho, pero no Víctor Erice, Francisco Regueiro o Pere Portabella, espero que, en el caso de estos últimos, porque lo han rechazado en varias ocasiones para no ensuciar sus nombres. Este año le ha tocado a Fernando Trueba, el pizpireto bizco ganador de un Óscar y representante desde hace muchos años de lo más rancio y anquilosado del cine español, dejando a otros supuestos nostálgicos como José Luís Garci o Antonio Giménez-Rico casi como aguerridos cineastas de la nouvelle vague. Mientras que con Garci nunca ha habido la más mínima contemplación para atacarle, Trueba ha sido un hombre respetado por los medios, a pesar de no hacer más que despachar bodrios en las últimas décadas. Ni a favor ni en contra, simplemente un silencio incómodo sobre su obra. Más que por su cine, Trueba ha tenido cierta presencia mediática por su activismo en favor de la Ley de propiedad intelectual, llamada eufemísticamente Ley Sinde que montó el PSOE de Zapatero para agradecer los servicios prestados a toda la chusma del cine español su boicot contra el PP de José María Aznar. Lo gracioso del asunto es que al final la Ley la aprobó el PP cuando regresó al poder, porque al fin y al cabo era una ley pepera y los principales beneficiados de esa ley iban a ser personas e instituciones no conocidas precisamente por su activismo de izquierdas.
En San Sebastián, Trueba se encontró con un individuo de su mismo pelaje. Si el director representa lo más rancio y conservador en lo que a cine se refiere, encontró su par en el ámbito político: el fascista (de ideas y de sangre) Íñigo Fernández de Vigo, un sujeto despreciable nombrado por el cobarde Mariano Rajoy como Ministro de Cultura, para cumplir una cuota con el ala más radical de su partido. Fernández de Vigo, natural de Tetuán, de donde salió su padre para acompañar a Franco en un golpe de Estado y posterior aniquilación del gobierno republicano y de todo lo que se pusiera delante, es un fascista nostálgico de los pies a la cabeza, además de que por sus venas corre lo peor de la historia de España: generales golpistas, decadentes borbones y otros nobles de medio pelo, de los que ha heredado el título de barón. Rajoy ha tenido a bien nombrar a este monstruo como ministro de Cultura, porque sabia que metiese donde lo metiese solo sembraría el caos y la destrucción. Así que a Cultura, que es una cosa de rojos, y a aplicar las prácticas de Goebbles y Millán Astray, dos referentes para esta basura que, en cualquier país decente, estaría inhabilitado para cualquier cargo público.
«Aquí tienes la limosna por hacerme reír, mequetrefe» |
Como suele ocurrir en cualquier evento en el que a un miembro del cine español le dan un micrófono frente a un responsable político (y está la tele delante), Trueba se dedicó a atacarle con chulería, a él y al premio que recibía. La imagen es dantesca, con el bufón Trueba poniéndose chulito y diciendo cuatro cochinadas que mañana serán olvidadas, pero metiéndose el sobre de treinta mil euros en el bolsillo y el ministro fascista al fondo partiéndose la caja y aplaudiendo a rabiar todas las ocurrencias de Trueba. Lo que más ha sobresalido de su patético discurso es lo de «nunca me he sentido español, ni cinco minutos de mi vida», perfecto para un titular atractivo en estos días con las elecciones catalanas a la vuelta de la esquina y tanto un bando como otro soltando mierda para fanatizar al personal. Ya digo que dicho por un personajillo como Trueba, que se puede decir que hace 20 años que no existe y que lo único que ha hecho ha sido quemar dinero haciendo películas horribles, entre las que se encuentran una robada a Juan Marsé y Victor Erice, y otra fusilando (en todos los sentidos del verbo) La bella mentirosa de Rivette, no tiene mucho valor. Que diga lo que quiera, se irá con el viento. Incluso él mismo se desdice en su propio discurso: «Siempre he estado a favor de las selecciones de los otros países, el
único año que fui con la selección española fue cuando ganó el Mundial». Yo no sé si se puede ser más patético y cobarde. Y ya no es que lo piense, sino que encima lo dice a voces. No se sentirá muy español, pero esa forma de pensar es muy de españaza. Estos días se ensalza mucho a Pau Gasol como buen catalán y español por sus exhibiciones en el campeonato de Europa de baloncesto, pero si España hubiese perdido hace varios partidos, el análisis habría sido que hay mucho catalán ahí y no se sienten españoles.
Es realmente asquerosa esa pose intelectual de que el deporte es el mal, pero en seguida se suben a la cresta de la ola cuando hay un éxito y se ponen líricos explicando las bondades culturales, sociales del deporte como medio. Y aquí los hay de muchos tipos, desde el patriotilla que habla de equipo de todos o valores de unión y compromiso, hasta los que hablan de la tolerancia y respeto que supuestamente representan unos deportistas que, atendiendo a los más mediáticos, participan en disciplinas conocidas principalmente por la trampa y el engaño. El deporte, al igual que el cine, por otra parte, no es educativo, no transmite valores. En su gestación (deporte y cine) suele mediar la corrupción y la injusticia, por lo tanto, dejemos ya esos discursos infames y cursis. En el campo educativo, el deporte y el cine, son puros instrumentos de propaganda y adoctrinamiento. Creo que cuanto antes nos liberemos de esa pose, más se podrá disfrutar de ambas disciplinas.
Volvamos a Trueba. «Los premios hacen a la gente más débil, más tonta y más vieja, por eso me da un cierto miedo». Lo dice un hombre que ha basado toda su carrera cinematográfica en los premios que recibía. Su primera película Ópera prima, ganó un par de premios en Venecia, y la cuarta, El año de las luces, el Oso de Plata en el Festival de Berlín. Ganó también los premios más rancios que existen, los Goya (en varias ocasiones arrasando) e incluso los Fotogramas de Plata. Y, de regalo, tiene una estrella en el cutre y rancio Paseo de la fama de Madrid, una de esas obras de naturaleza franquista que hacemos aquí copiando a los de fuera, porque España no iba a ser menos. Todas sus películas reciben premios, entonces Trueba debe ser uno de los cineastas más viejos y tontos que existen. Que este tipo de declaraciones las diga alguien que jamás ha recibido nada, no sé, un Paulino Viota o un Gonzalo García-Pelayo, puede tener cierto sentido, pero que las diga Trueba, que hace películas perfectamente refinadas (en el significado industrial de la palabra) para aspirar a unos premiecillos Goya resulta bochornoso.
¿Qué se atreve a decir Trueba cuando siempre ha sido un lacayo de Andrés Vicente Gómez y otros productores? ¿Cuando su cine desde hace ya más de veinte años no es más que una asimilación barata y apolillada del cine más académico y de calidad? Una mala versión del cine clásico americano sometido a un pasapurés (con grumitos e hilillos) contemporáneo. Un Garci con menos talento y menos conocimiento de la historia del medio al que se dedica. Un hombre que además, en la mejor tradición aristocrática española, ha generado una descendencia que se agarra al apellido para seguir los pasos del patrón de la casa. Trueba no se sentirá español, pero su trayectoria ejemplifica todos los vicios de la España más oscura y ruín.
Al final, Trueba se metió a realizar un -aparentemente- sesudo análisis artístico, hablando sobre la naturaleza del arte y otros campos en los que no parece estar muy versado. Siguiendo la crónica de El País: «El realizador se mostró en contra de la teoría de filósofos y estudiosos
de que el arte tiene relación con lo sagrado. “El origen del arte es
pornográfico, en las artes plásticas, en la literatura y sobre todo en
el cine”». Bueno, es que reducir la naturaleza del arte a una división entre lo sagrado y lo pornográfico y trazar una línea me parece profundamente ignorante, cuando lo religioso desde un punto de vista no eurocéntrico ha sido algo abiertamente erótico. Incluso en la representación artística de lo sagrado en la tradición europea, el componente erótico-pornografico ha sido muy importante. En el cine, Cecil B. DeMille era un cineasta profundamente católico y films suyos como Cleopatra, Sansón y Dalila o Los diez mandamientos (todas cintas bíblicas ortodoxas) muestran un erotismo desatado. Creo que es, por lo tanto, una relación mucho más compleja que esta mierda que Trueba suelta por su boquita, y que cierra de manera magistral con otro argumento para la historia: «contó como el conde de Romanones encargó unas películas pornográficas
para el rey Alfonso XIII, “un gran aficionado a este tipo de cine”». ¡Así que la base de su argumentación eran los gustos de un putero y borracho como Alfonso XIII! Esta cita grotesca le debió encantar a Méndez de Vigo, descendiente de María Cristina de Borbón, abuela de Alfonso XIII.
A este discursito débil, tonto y viejo asistió encantado el ministro de Cultura, que imagino que pensó que bien valen treinta mil euros por semejante divertimento donde un mequetrefe se autohumillaba ante el gran poder. Deberían hacer como en los concursos americanos y poner un cheque gigantesco con la cantidad otorgada y Méndez de Vigo entregándoselo a Trueba, el primero con su sonrisa de facha orgulloso y el segundo con su pose de intelectualillo de medio pelo y su mirada bizca. Mirada que, involuntariamente, tan bien define la trayectoria vital de este director de cine, por llamarlo de alguna manera. El intelectualillo como bufón del facha aristócrata, qué bien lo caló Bardem (el bueno) en Muerte de un ciclista. Poco ha cambiado España desde entonces, por mucho que la hayan maquillado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Hay una estricta moderación de comentarios, así que si vienes a insultar al menos hazlo desarrollando un argumento.