lunes, 21 de septiembre de 2015

Bajo el paraguas de Boyero se vivía mejor

Cuidado con decir 3 veces Carlos Boyero delante de un espejo
No hay nada que me moleste más que un crítico poniéndose poético y trascendental. Un tipo que se dedica semanalmente a vomitar sobre las películas, un trabajo que consiste en escribir de manera sistemática sobre la terrible cartelera de estrenos de este país no da para esos excesos. Yo considero que en la escritura debe haber una adecuación: que lo lírico debe surgir ante todo del objeto que describe el escritor, antes que del talento del mismo. Que el talento influye, pero recrearse de manera artificiosa en la propia escritura a mi me deja la sensación de cristal manoseado o preservativo usado y abandonado en una esquina. En España, con la crítica que tenemos, esto es muy habitual. No solo ya en el manido ejemplo de coger cualquier blockbuster de medio pelo y decir que es el postmetadiscursodefinitivosobreelzeitgeistcontemporáneodenuestrotiempoydelsiguientetrasel11-S, sino que en muchos ámbitos se han impuesto los conceptos obtusos para hablar de cine, apelando a ideas elevadas sobre la estética, lo social o lo psicológico, tanto que la escritura de cine ha perdido una relación directa con el objeto. Al lector apenas se le explica lo que se ve en la pantalla ni la manera en la que el director trabaja, sino que se hacen interpretaciones cada vez más retorcidas sobre eso que los cronistas han visto, pero jamás enuncian. Y tras todo esto, encima hay que embellecerlo con un par de figuras retóricas o frases afortunadas, para demostrar que lo que leemos es literatura de altura.

Piensen que esto lo ha hecho hasta Boyero, el crítico más zafio y barriobajero que ha dado este país. Un tipo con fama de escribir con los huevos y para la gente común despachó esta mierda que ya fue tratada en este blog en su momento. Pero estos achaques de gran poeta no son muy habituales, y hay que reconocerle que rara vez se escapa de su vomitivo tono habitual. Y ahora que el pobre está en franca retirada, dando sus últimos palos en el mundo del periodismo y asumidamente transformado en bufón de El País (bufón para una sarta de supuestos modernillos que son tan infames como él) no vamos a buscarle las cosquillas. Hasta se agradece la franqueza que tiene en ocasiones, como en esta última crónica sobre el último film de Álex de la Iglesia, en la que tras un inicio poco prometedor, versando las cualidades (¿?) de este director, ataca el nuevo film sin misericordia. Y lo que dice, siendo tan básico y poco elaborado como lo que se espera de un personaje así, tiene bastante sentido. Mucho mejor que la patente de corso que recibe este director cada vez que estrena película, otorgada únicamente por su capacidad de hacer amigos y su pose de persona moderna, abierta y amigable (interactúa en twitter y todo, flipa).

La existencia de Boyero en el panorama crítico español ha permitido que, bajo su escudo protector que tapaba todos los escupitajos, fueran creciendo una serie de críticos que, desde otro estilo, continuaran la labor de desinformación y banalización del cine a la que tantos años dedicó el crítico estrella. Escritores de cine (por decir algo) que en algunas ocasiones eran bien considerados y ejemplos a seguir. Ya no digo en la misma casa, con Belinchón, Toni García Ramón o el cada vez más decadente y autoparódico Jordi Costa. Estos críticos han llevado a El País hacia donde querían sus editores: hacia un escalofriante paraíso neoliberal donde priman más las listas de series y los comentarios afortunados de 140 caracteres sobre las películas.

Pero nadie representa mejor esta tendencia de crítico con ínfulas líricas y protegido por su supuesto buen gusto frente al ogro Boyero que su sustituto en El Mundo, Luis Martínez. Este periodista, ya criticado en varias ocasiones en este espacio, ha disfrutado del reconocimiento de muchos lectores y compañeros debido a su defensa de películas áridas y difíciles, esas que Boyero despachaba con tres eructos, si es que se dignaba a hablar de ellas. Pero el estilo de este columnista de El Mundo me provoca tanto rechazo como el propio crítico estrella. Una retahíla de adjetivos superlativos y de frases hechas para elevar a películas a la quintaesencia de la civilización occidental, frasecillas además intercambiables sin que digan absolutamente nada específico sobre el film en cuestión. Ya he comentado en alguna ocasión esa tendencia suya, como esta crítica de Twelve Years a Slave o esta otra de The Wolf of Wall Street. Bueno, siempre es mejor hablar bien de una película que hacerlo a tortazos, pero no quita que el estilo y la postura dejen mucho que desear.

En esta foto, director, guionista y actor de la secuela del Drácula de Enrique Cerezo Dario Argento
Vean su crónica de Mi gran noche y comparen con el anterior texto de Boyero. Nada más empezar Martínez ya nos vende la moto de que la película refleja un «estado de ánimo» y después utiliza conceptos como «brillante intuición» o «metáfora perfecta de en lo que nos hemos convertido». Luego ya le da unos buenos palos a la película, aunque cierra su comentario con alabanzas a... ¡¡Raphael!! «Es villano, brutalmente autoparódico y muy Raphael. O, mejor, más Raphael que nunca a fuerza de interpretar lo contrario a sí mismo. No sé si me explico. El director, aquí sí, hace valer la primera idea, la buena, y arranca al respetable las mejores carcajadas. Es así». Eso de decir una cosa y luego justamente la contraria y terminar con un «no sé si me explico» es una de las marcas de la casa de Martínez, como apelando a algo demasiado complejo que el lenguaje no puede llegar a manifestar. Pues no, Luis, no te explicas. Y tampoco creo que tengas intención de hacerlo.

Nunca ha tenido esa intención, porque su estilo es la confusión y las frases grandilocuentes e impactantes. Miren lo que dice de Truman, de Cesc Gay: «La película cuenta la historia de un hombre que muere. Un cáncer es el responsable. Justo en el momento en el que recibe la noticia, su único propósito no será otro que aguantar en pie lo que queda. Despedirse de quien debe hacerlo y dejar a 'Truman', su perro, de la mejor manera posible. No hay más. Ricardo Darín es el que se despide y Javier Cámara, el amigo que acude a recoger lo que queda cuando ya apenas queda nada». ¿En serio alguien puede soportar ese tonillo afectado, hablando eufemísticamente de la muerte y la ausencia? ¿Cómo se puede escribir ese «recoger lo que queda cuando ya no queda nada» sin sentir, aunque sea, un poquillo de vergüenza? Se trata, bajo mi punto de vista, de tapar la falta de argumentos con toneladas de retórica, un ejercicio medieval de literatura barata. Fíjense que todos, absolutamente todos los párrafos del texto terminan con una frase impactante y rotunda, como cerrando un círculo o añadiendo una moraleja propia del autor. A veces cosas tan infantiles y sonrojantes, tan propios de un fan quinceañero de Pablo Iglesias como «Importa el dolor punzante del mordisco, no el ruido del ladrido».

En ese mismo texto se cuela alguna mentira, o equivocación, o desinformación... o como quieran llamarlo: «La primera significa el regreso sorprendente de un director tras sólo cuatro años después de su último trabajo, 'The deep blue sea', también presentado en San Sebastián. La sorpresa es que esta vez el cineasta no ha dejado correr una década entera como en él era casi regla». Nunca, jamás, Terence Davies ha hecho dos películas con una década diferencia. El mayor tiempo que ha estado sin hacer una película han sido ocho años, entre The House of Mirth (2000) y Of Time and the City (2008). De hecho, esos «sólo cuatro años» es la distancia habitual entre película y película en la filmografía de Davies. Normalmente los cronistas atribuyen la mala calidad de su información a que los malvados editores cada vez reducen más el espacio de la información cultural y les obligan a realizar un trabajo precario. Aceptando esto, ¿a qué viene toda esa información innecesaria sobre el film que, además, es falsa? 

Martínez es pura escuela El Mundo. Lenguaje impactante y publicitario para atraer al lector inocente y despistado. Una vez le dije que quedaba muy bien al lado de Federico Jiménez Losantos y Salvador Sostres, algo que parece que le molestó (comentarios del último link), pero con el paso del tiempo me reafirmo más en mi opinión. Quizás no alcance la zafiedad de esos dos abortos periodísticos, pero la tendencia es la misma. A Sostres ya le dieron la patada, en un gesto que hay que agradecer al nuevo director de El Mundo, David Jiménez. Pero fue solo eso, un gesto, ya que mantuvo al resto de vividores que tienen montado su corralito en el periódico a base de mentir sistemáticamente, entre ellos el antiguo director, el insufrible Casimiro García-Mediocrillo, que escribe unas columnas -creo que semanales- otorgándose una autoridad moral de la que carece por completo, tras demostrarse sus continuas y humillantes mentiras para vender periódicos a costa de las miles de víctimas del atentado del once de marzo de 2004.

No meto a Martínez en este grupo porque él tampoco ha llegado tan lejos. Tampoco es que la información cinematográfica se preste a ello, es difícil molestar cuando uno habla desde la posición de Martínez, donde todo es una política de besos y abrazos hacia las películas, y comentarios crípticos que solo entiende él. «No sé si me explico». No quita que Martínez pertenezca de pleno derecho a la escuela El Mundo, ese periódico supuestamente liberal adscrito a algo que ya deberíamos llamar -paródicamente para nosotros, orgullosamente para ellos- El Transicionismo, ideología plenamente española consistente en olvidar los mayores crímenes de un día para otro en favor de una convivencia impostada, donde los verdugos andan libres y felices por la calle y las víctimas se tienen que callar y sufrir en casa. La idea de base es que todos, víctimas y verdugos, vencidos y vencedores (famosa apropiación franquista para una película de Hollywood que decía todo lo contrario), habían sido víctimas del franquismo, obligados a sobrevivir a unos tiempos muy difíciles. El transicionismo se nutre de dos tipos de personas: aquellos franquistas redomados que aprovecharon la circunstancia para seguir en el mismo sitio sin que nadie les pidiese cuentas y asimilar un discurso «democrático» basado en la defensa de la Constitución (contra la que lucharon desesperadamente) y de la libertad (que maltrataron durante años; y otros individuos que gracias a La Transición (así en mayúsculas) treparon hasta las altas esferas y viven únicamente de la explotación de esa nostalgia (Fernando Ónega sería el caso más conocido).

Los padres de la Constitución ordenados de más a menos demócratas. Españolísticamente hablando.
Esto puede parecer demasiado fuerte para Luis Martínez, pero atención a este artículo que escribió la semana pasada y fíjense lo bien que se adapta a la infame Cultura de la Transición. El texto hace referencia a una película que se ha hecho sobre la vida de Dalton Trumbo, el guionista de Exodus de Otto Preminger y director de la violenta y terminal Johnny Got His Gun. Presumiblemente el típico biopic cobarde y a destiempo que hace Hollywood para darse un homenaje. Trumbo fue uno de los célebres diez de Hollywood que fueron condenados por el Comité de Actividades Antiamericanas a un año de cárcel por introducir ideas subversivas en las películas en las que participaba. Dejemos que Martínez nos cuente algo más: «La historia es conocida. En 1947, en marzo para más precisión, la historia del cine vivió su más traumática amputación. La Comisión de Actividades Antiamericanas (HUAC) inició su celebérrima Caza de Brujas en perfecta sintonía con el furor anticomunista desarrollado por el FBI de Hoover. La HUAC acababa de un plumazo con la generación más iluminada de Hollywood. Nombres como Robert Rossen, Edward Dmytryk, John Huston, Jules Dassin, Elia Kazan (el gran arrepentido) o el mentado Dalton Trumbo vieron como su intento de dotar de, digamos, conciencia social a la mayor fábrica de entretenimiento de la historia de la humanidad se quedaba en fallido». Es reseñable la pobrísima lección de historia, esos datos ligeros puestos dando apariencia de ser un experto. Ese «en marzo para más precisión» que no refleja nada en concreto. Y ese dramático «la historia del cine vivió su más traumática amputación», cosa bastante etnocéntrica y cuestionable, aunque es cierto que fue el detonante del fin de Hollywood, de que los productores dejasen menos espacio a la libertad del director y controlasen más el producto, además de bloquear la trayectoria de muchos grandes talentos, no necesariamente los que dice Martínez y no tampoco por esas razones. Porque Martínez hace una mezcla de nombres, donde hay espacio para todos, desde los condenados a prisión (Trumbo), a los que sufrieron eso y finalmente se rindieron ante el HUAC (Dmytryk) a otros que delataron para no poder su posición de poder (Kazan). Esa enumeración tan pobre tiende a igualar el drama de unos y otros. Para Martínez todos fueron víctimas porque vieron fracasar «su intento de dotar de, digamos, conciencia social a la mayor fábrica de entretenimiento de la historia de la humanidad», declaración que da mucho juego, tanto lo de que no había conciencia social en Hollywood (vean Intolerance de Griffith, The Crowd de Vidor, Chaplin en general, las películas obreras de Ford y un larguísimo y casi infinito etcétera) como por el grandilocuente «mayor fábrica de entretenimiento de la historia de la humanidad», fórmula inequívocamente pedrojotesca.

Más adelante, sí especifica algo, pero tampoco queda muy claro si esos que citan eran miembros de los famosos diez de Hollywood ni cuál era el grado de amenaza que tenían: «De nada sirvieron actos como la marcha a Washington del Comité por la Primera Enmienda el 27 de octubre de 1947, con Bogart a la cabeza. Los que no huyeron (Dassin, Rossen o Chaplin) optaron por el arrepentimiento (Dmytryk) o, peor, la denuncia (Sterling Hayden, Elia Kazan, Budd Schulberg o Martin Berkeley, que delató a 162 compañeros)». Entre esos nombres, algunos nunca formaron parte de las listas negras, unos denunciaron por miedo y otros por salvar sus fortunas, unos vivieron arrepentidos y humillados por aceptar declarar para el HUAC y otros nunca reconocieron que su acto había sido vil. Pero todos entran en el mismo saco. Especialmente cuestionable es la continua inclusión de Kazan como víctima, cuando el director de ascendencia griega nunca fue incluído de facto en las listas negras y siempre consideró su confesión ante el HUAC como la menos dolorosa de dos dramáticas opciones. Años después realizó On the Waterfront, donde se ponía a sí mismo como la víctima y su confesión como un acto heroico para acabar con una organización criminal. Kazan, que era un magnífico director (bajo mi punto de vista tiene al menos tres películas memorables: East of Eden, Wild River y Splendor in the Grass) no creo que merezca ser incluído en esta lista de nombres, tratando lo que se trata en el artículo. Podemos decir que Martínez no tiene tiempo ni espacio para explicar bien todo esto, pero ya vimos antes en qué necedades gasta muchas veces el poco espacio que tiene. 

Tiene espacio para escribir cosas más o menos falsas como esta: «Entre 1947 y 1960, fecha en la que volvió para firmar con su nombre el guión de Exodus de Otto Preminger, sus trabajos de doble crecieron. Y cómo. Hollywood se había quedado sin quien le escribiera». Comentario efectista made in El Mundo. Hollywood no se había quedado sin quién le escribiera. Los mejores guionistas de la historia del cine americano son de esa época, por no hablar de que muchos escritores reconocidos participaron en guiones por aquellos años. Con Trumbo ocurrieron varias cosas: la primera que era muy bueno, la segunda que trabajaba rápido (hecho que sí recoge Martínez en su crónica) y la tercera que salía barato. Aparte de eso, tanto Preminger en el caso de Exodus como Kirk Douglas en el de Spartacus (sus dos guiones de regreso de pleno derecho a Hollywood), quisieron reconocer su labor arriesgándose a poner el nombre de Trumbo e ir en contra de la omertá de la época.

Lo que me sorprende del artículo no es que no sea exhaustivo ni explique con pelos y señales todo el proceso de censura y ataque hacia la libertad de expresión en el Hollywood de mediados de siglo (tampoco es el lugar, puesto que es la crónica de una película que, a su vez, seguro que plantea también muchos errores y omisiones). Lo que me sorprende son los errores de bulto y de apreciación fácilmente evitables, pero da la sensación de que se ha querido jugar las dos cartas: la de experto en la materia y la de comentario ligero no muy sesudo. No había que pedir ni una cosa ni la otra, sino ser lo más claro posible. Lo que queda es una oda al transicionismo, a que en el fondo da igual quienes fueron víctimas y quienes verdugos, lo importante es el drama de fondo, ese fracasado «intento de dotar de, digamos, conciencia social a la mayor fábrica de entretenimiento de la historia de la humanidad», de la misma forma que el drama de España fue el Franquismo, sin ahondar en quienes fueron los responsables del mismo.

David Jiménez, mesías del nuevo periodismo
Este transicionismo es también la continua fuga hacia adelante, sin mirar atrás, propia del mundo neoliberal en el que vivimos. Ideología esta muy afín también a El Mundo, que ha convertido la información en un producto vendible. Pionero en destilación de noticias basura, en dar espacio a lo más morboso y a los sujetos más despreciables de la sociedad española, desde Emilio Suárez Trashorras y Rafá Zouhier hasta toda esta bazofia catódica que ha surgido en la última década. La máxima de El Mundo es la famosa «no dejes que la realidad te estropee una buena noticia». Y convertirlo todo en un muy bien empaquetado producto vendible. En esta dinámica, a la que se ha lanzado también desesperadamente El País con la creación de suplementos basura (Verne, Icon, Tentaciones y otros bodrios semejantes), también se encuentra Luis Martínez que, desde hace un tiempo, realiza para la televisión digital de El Mundo, unos videos humorísticos sobre los estrenos de la semana en donde discute... consigo mismo. La fórmula es tan cutre, tan manida y sus intentos por resultar gracioso resultan tan obvios que provoca la carcajada involuntaria. Vean este sobre Ted 2 donde la propia crítica a la película se convierte prodigiosamente en una crítica hacia la propia postura de Martínez y el formato mismo del video. Involuntario o no, es prodigioso cómo sirve de vehículo de autohumillación personal. Y es admirable cómo el cronista de El Mundo es capaz de desdoblarse en dos críticos malísimos. Una pena que sea tan difícil de encontrar la lista completa de videos en la caótica web de El Mundo TV.

Ante todos estos conflictos de personalidad, no me extraña que Luis Martínez se contradiga tanto en sus textos y que pregunte machaconamente a un lector figurado si se ha explicado bien. Pero tranquilo, Luis, mientras siga existiendo Boyero y sigas diciendo esas banalidades (positivas) sobre determinado cine, nadie te va a molestar.

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