domingo, 18 de mayo de 2014

Esquizofrenias de Cannes

Depardieu fotografiándose con críticos de cine españoles
Antes de nada, habría que aceptar que todo lo que se escribe sobre un festival no tiene mucha validez. En un festival de cine no se lleva una vida cómoda, aunque parezca que es solo estár tirado viendo películas. Hay que hacer colas, hay que correr de una sala a otra, hay que buscar entradas y un montón de cosas que te hacen perder el tiempo de manera estúpida. Luego, además, muchos periodistas quieren al mismo tiempo tener tiempo para el ocio, en algunos casos compulsivos como Boyero y su tropa, que parecen que a veces pasan más tiempo en los bares, con mirada melancólica por los tiempos perdidos, a medio camino entre una novela de Hemingway y una canción de Bob Dylan. Escribir, en cualquier caso, es un problema. Y con internet más, porque debido al afán de exclusividad e inmediatez, se hace rápido y con poco cuidado. En este festival de Cannes, por ejemplo, el sirviente de Boyero, que en esta ocasión es Tommaso Koch (parece que Belinchón ha ascendido y ya no tiene que dedicarse a llevarle los cafés a su mimado jefe), escribe sobre The Homesman de Tommy Lee Jones diciendo que es la segunda película del director, cuando es la tercera. Pequeños errores que solo se pueden considerar graves si no lo solucionan. De momento no lo han hecho. Pero bueno, es un error comprensible dado la velocidad y la exigencia con la que hay que escribir.

Los errores, comprensibles. La maldad, la esquizofrenia, el mal gusto, la grosería, eso no. Un ataque de esquizofrenia digno de Norman Bates es lo que ha tenido el cada vez más pomposo y crecido Luis Martínez, que se fue ayer a ver la película de Ferrara a la playa y salió muy cabreado. La película tiene todo lo que les gusta a los periodistas: morbo, sexo, polémicas extracinematográficas -es la propia productora la que se encarga de promocionar la mierda que dicen sobre el film- y responsables artísticos que dan mucho juego debido a su naturaleza viciosa y autodestructiva (Depardieu y Ferrara, ni más ni menos). Lo último que importa es la película. El texto de Martínez se titula Una chapuza orgiástica de poder y dinero (y sexo, claro), y habría que preguntarle si se refiere al film que en teoría reseña o a su propia crítica, un auténtico disparate en el que se cita más de una vez a Eurovisión, a los ruidos exteriores que se escuchaban desde la sala y a un montón de taras psicológicas del propio cronista. Como la película se ha estrenado en buena parte de Europa en el formato Video on Demand, ya puedo decir que solo estoy de acuerdo en una frase de toda la sarta de disparates que suelta. Es esta: «uno no puede por menos que sospechar que el problema es propio, que no ajeno». Efectivamente, es problema suyo y voy a demostrarlo.

Mirad lo que dice en otro párrafo: «La película sigue paso a paso lo sucedido al que fuera director del FMI, pero sin el más mínimo amago de guión, estructura o intención. Los actores hablan como se rascan, por puro efecto reflejo; simple ruido sin otra intención que desesperar a la concurrencia. Depardieu, en concreto, va mezclando inglés con francés con la misma soltura con la que los patos ladran. Nada tiene sentido». Para empezar, lo que no tiene sentido es la argumentación que hace, puesto que si sigue paso a paso lo sucedido, es que algo de guión, estructura o intención sí que hay. Pero no es eso con lo que quiero quedarme.

Digamos que la película de Ferrara trata sobre un tipo que es una mala persona, un corrupto, un nuevo rico aupado a los altares por nuestro terrible sistema capitalista. ¿A qué me suena esto? Se ha hecho recientemente una película similar: The Wolf of Wall Street de Martin Scorsese. Tras establecer esta relación y leer las sandeces de Martínez, me dio por buscar y leer su comentario sobre la película del director de Taxi Driver. Y entre el típico lenguaje espectacular de este cronista, basado en acumular frases retorcidos y pensamientos elevados sobre la alta y la baja cultura, hay un párrafo que merece la pena destacar: «De hecho, toda la película es exactamente el tema del que trata: dinero. Todo lo que toca desaparece. No hay secuencias, escenas, diálogos, tramas; no hay un protagonista, secundarios, figurantes; no hay presentación, nudo, desenlace. Por no haber no hay ni director. Como ese sueño irrealizable de una novela sin cada uno de los componentes de una novela; una novela tan vacía de sí misma que sólo puede ser pura novela (piensen, si pueden, en 'Finnegans Wake'); así es, decíamos, 'El lobo de Wall Street'. Sólo cine». Ahora volved a leer lo que dice sobre la película de Ferrara, en el párrafo anterior. Es tremendo que prácticamente lo mismo que hace buena a The Wolf of Wall Street haga mala a Welcome to New York. Este patinazo de Martínez muestra tanto la estupidez a la que ha llegado el lenguaje de la crítica cinematográfica (basada en utilizar lenguaje técnico -guión, dirección, planificación, ritmo, narración- y añadirle adjetivos maximalistas) como la superficialidad y caducidad de todo lo que se escribe en los festivales de cine. Porque en la mayoría de estos textos no hay pensamiento fuerte, simplemente una descripción de filias y fobias del escritor en un clima de alta presión laboral.

Algo así le pasa también a Boyero, aunque sin lo de la presión laboral. En su última crónica habla de Saint Laurent, la película sobre el famoso modisto francés que estrena en Cannes Bertrand Bonello, el director de L'Apollonide. Nada más empezar suelta: «No te ríes nada en Saint Laurent, la biografía de aquel modisto (antes los llamaban así, no iba aparejado machaconamente el título de artista) llamado Yves Saint Laurent». Como siempre, la puyita de Boyero contra el arte, o contra la banalización del mismo. Pero atención que solo un párrafo después, unas líneas más abajo y tras machacar sin misericordia la película, añade: «Admito que la moda esté en deuda con el arte de Saint Laurent». ¡Madre mía! Así que primero se queja amargamente de que otros convierten el oficio de modisto en arte y solo unas líneas después, él hace exactamente eso. Este hombre está pirado. Eso, o el esclavo que escribe sus artículos mientras él se va de parranda con sus amigotes.

No sé, yo creo que estas cosas se pueden cuidar un poco más. Tratar de ser coherente y de enseñar al espectador algo, no convertirlo en un desfile de fobias, de reducirlo al me gusta, no me gusta. Boyero en su estilo y Martínez en el suyo, hacen exactamente lo mismo. Quizás en el caso del corresponsal es más grave, ya que gasta más palabras y trata de esconder sus argumentos bastante cuestionables en un montón de florituras estilísticas con poco o nulo contenido y que suelen terminar con sentencias absolutas del tipo esto es CINE y otros tópicos por el estilo.

Y en fin, supongo que en Cannes hay muchas cosas más criticables. Cada año las coberturas son peores, porque el festival en una espiral autodestructiva (como cualquier evento cultural en este mundo capitalista) es también cada vez peor. En lugar de mantener la compostura y defender sus ideas (los que las tienen), los cronistas se venden al espectáculo de sacarse fotitos con el primer famoso que encuentran y llenar tuiter de comentarios del estilo de «Acabo de cruzarme con Jessica Chastain y casi me desmayo» o «He tomado un café y en la mesa de al lado estaba Robert Pattinson». Entiendo que tuiter es superficial, pero no sé, no son pensamientos que un profesional en su jornada laboral debería proyectar. Twitter ha destrozado el límite entre lo público y lo privado, y en general no es un problema, pero para mi es difícil tomarse en serio a un cronista que dice abiertamente frases como las de arriba para que las lea todo el mundo y luego defiende la naturaleza radical de algún film o se carga la frivolidad pasajera de un film de Hollywood. En poco tiempo, Cannes se convertirá en una mera pasarela de famosos y films oscarizables, como Toronto y estos cronistas no se podrán quejar, porque ellos mismos han sido los primeros en promocionarlo.

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Godard no va a Cannes. Hace cuatro años tampoco compareció y Borja Hermoso, el troll de El País, le dedicó unas bellas palabras. No parece que este año haya en el festival un periodista español de la bajeza intelectual de Hermoso, así que nos ahorraremos otro texto que signifique la vergüenza para toda la profesión. Como curiosidad, leed el tercer párrafo, donde a pesar de los años transcurridos sigue manteniéndose un evidente error tipográfico.

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